UNA TARDE CON POCKLINGTON
El pasado 27 de febrero tuvimos la suerte de poder contar en el taller de patrimonio de Aljucer con todo un exponente en el estudio y la documentación toponímica y etimológica: Robert Pocklington, referente en este campo dentro y fuera de la Región, reconocido a todos los niveles. Los estudios realizados sobre estas materias en nuestra zona han salido de su prolongada labor investigadora o se basan necesariamente en ella. Huelga cualquier presentación de tan prestigiosa figura, pero conviene recordar que es Doctor en Filología Románica y Árabe, además de académico de la Real Academia de Medicina de Murcia y presidente de la Sociedad Española de Estudios Árabes. Sabemos además que anda muy ocupado en la elaboración de nuevos trabajos que pronto verán la luz, por lo que agradecemos más si cabe la gentileza y generosidad mostradas al aceptar la invitación para que asistiera a una de nuestras sesiones, habiendo sido un verdadero honor para todos los participantes su distinguida y enriquecedora presencia.
El territorio de Aljucer, surcado por una decena de acequias, pero también de históricos caminos y de pequeños asentamientos rurales, engloba muchos de los topónimos estudiados por Pocklington. Conocer su etimología, su significado y cómo fueron evolucionando al compás de la historia, forma parte de nuestra tarea. Son precisamente los nombres los que identifican ese “Legado del Agua” y de la vida que tanto nos interesa. Por eso, más que echar mano de las publicaciones de Robert, quisimos contar directamente con él y que nos expusiera en persona todo cuanto a Aljucer y su entorno pudiera hacer referencia.
De su mano hemos conocido la necesaria distinción entre topónimos pre-árabes y árabes, encontrándose entre los primeros el que lleva la acequia de El Junco (Iuncu) o también La Herrera (Alfarrayra), es decir, “de la Herrería”: en algún momento debió haber una fragua allí donde ese canal toma sus aguas. Como nos adelanta, lo habitual tanto en ríos como en cauces de todo tipo (también en acequias) es que mantuvieran a lo largo de su curso una denominación recibida por alguna característica del lugar en el que comenzaban. El propio Segura adopta su nombre de la sierra donde nace; y la acequia de Beniaján, por ejemplo, nos dice nuestro invitado que se llama así por tener su cabecera en un paraje denominado “Beniaján Algarbi” ubicado precisamente en Aljucer.
La llegada de los árabes y la creación de la red de riego vendría acompañada de la fundación de una nueva capital junto al río, Murcia, que crecería en detrimento de la legendaria ciudad de Eio apostada en la falda de la costera sur (conocida entonces como Sierra de Yelo). Esta nueva centralidad provocó que la encrucijada principal del valle dejara de estar en las inmediaciones de Alcantarilla y perdiera su ortogonalidad romana, trazándose la diagonal del camino a Cartagena que desde entonces pasa por el centro de nuestra localidad. Otro camino importante es el de Salabosque y conducía a la alquería de Mezlatay, en la actual Alberca, en la que según Robert nació Ibn Arabí allá por el siglo XII. En árabe significa “el lugar de la familia Tay”, resultando que el padre del célebre filósofo sufí era precisamente de dicha estirpe. En cambio, Salabosque proviene del nombre del desaparecido Molino d’en Farabosque, emplazado donde se cruza este camino con la Alquibla; se trata de un topónimo antroponímico correspondiente a un apellido de origen catalán (“del señor Farabosque”) y, por tanto, surgido tras la Reconquista.
Sobre el nombre de Aljucer, el investigador Asín Palacios señaló en su momento una posible procedencia de “el Puentecillo”, en referencia al que el Repartimiento localizaba en esta zona bajo el nombre de “la Pontiçella”; pero tras revisar los documentos, Pocklington ubica dicho elemento en la acequia Herrera y no sobre la Mayor. Según nuestro invitado, el nombre de Aljucer proviene en realidad de al-Yusayr: palabra árabe que en España significaba “obstrucción, barrera” y también “viga maestra” (jácena), aludiendo a la existencia en este enclave de un azud que atajaba el caudal de la Alquibla. Basándose en la información que aportan los libros del Repartimiento, Pocklington ha trazado un esquema de las fincas correspondientes a Aljucer y ubica un molino justo en el cruce de la Acequia Mayor con el camino de Cartagena, quedando las “Casas de Aljucer” un poco más hacia poniente. Por otra parte, los azudes no sólo eran imprescindibles para conducir las aguas hacia los mecanismos de molienda, sino que se convertían en enclaves singulares donde levantar puentes por servir muy bien de base a sus estribos. El punto en el que Robert emplaza aquel primitivo molino es el lugar conocido por los aljucereños precisamente como “Estrecho de los Molinos”, donde se sabe que había originariamente un azud que hacía funcionar a los dos que allí existían y, en efecto, también un puente. Hoy tan sólo queda visible de la primitiva estructura una piedra que se eleva en mitad de la acera. Ese hito se revela así como el origen del pueblo o, al menos, de su nombre.
La denominación de Aljucer evoluciona, por tanto, a partir de un elemento muy característico de cauces y molinos (un azud), el cuál favoreció que se habilitara un lugar de paso (un puente), sobre el que discurriría además un camino importante (el de Cartagena). En cambio, otros topónimos de la vega con origen árabe y vinculados al trazado de vías primitivas, como Albalate (“de la Calzada”) y Almohajar (“del Camino”) en la ruta hacia Lorca, o Aljada (”del Camino Real”) en la de Orihuela, sí cuentan con una raíz etimológica directamente relacionada con la existencia de esos itinerarios.
En cuanto a la red de riego, incidió Robert en que por Aljucer pasara una de las dos acequias mayores de la Huerta: la Alquibla (al-Qibla, “el Sur”), cuyo lecho primitivo se prolongaba siguiendo el de la que hoy denominamos Alquibla Madre. También resaltó que fuera justo aquí donde se acondicionó un importante ramal que, partiendo de la Acequia Mayor y aprovechando el cauce de un viejo ramblizo, sería fundamental para la extensión del regadío en la vega: se trata de Alfande (Alfandech), cuyo nombre quiere decir literalmente “el Barranco”, asumiendo gran parte del caudal que hasta entonces venía por la principal; de forma análoga, en el heredamiento del norte aparecería la acequia de Churra la Vieja como ramificación principal de la Aljufía. Estos cuatro ramales bordeaban lo que siempre fueron almarjales, terrenos que una vez drenados mediante la red de azarbes fueron ocupados por cultivos.
Durante toda la sesión se fue desgranando el significado toponímico del resto de acequias que pasan por nuestro entorno, la mayoría de raíz árabe. Alguazas por ejemplo quiere decir “la de Enmedio” y con razón la llamaron así, pues discurre entre la de Alquibla y la de Alfande. La de Aljorabia, antigua Alhorayba, alude a “patio o corral de pollos”. Y la de Beniaján une al prefijo Beni (“familia de”) el apellido de un linaje importante asentado en su cabecera. Hay acequias que han cambiado su nombre originario, como Alcatel, cuya denominación procede de “lino” en árabe (o linero, en relación a esta fibra vegetal) pero después empezó a ser conocida como Batán por instalarse en ella un molino batanero. También Albadel fue un apelativo que adoptó otra de las acequias con posterioridad, pues surca una zona cuya denominación primitiva era Alihud (al-Yahud) y significaba “de los Judíos”; las tierras que regaba pasaron mayoritariamente a manos de la iglesia y tal vez fue esta circunstancia la que motivó el cambio a partir del siglo XIV. En cuanto a Gabaldón, resulta ser un apellido referido a una localidad conquense con el que bautizarían a otra de nuestras acequias, pero ya en el siglo XVI o XVII.
Las explicaciones de Pocklington se ampliaron también hacia otros asuntos de interés, como el cercano Campo de Sangonera: un territorio ocupado por regajos y sistemas de aprovechamiento de las aguas del Guadalentín anteriores a la propia red musulmana de acequias. El territorio de Aljucer se encontró siempre en su ámbito de afección. De hecho, el nombre de la acequia de Turbedal se traduce como “canal de aguas turbias” y constituye el cauce que terminaba recogiendo los ramales habitualmente secos de este caprichoso río. También expuso Robert al grupo las teorías sobre el origen de la ciudad de Murcia y su etimología: de la versión romana del mirto (Murtia) o Venus Murcia (la Diosa de los Perezosos), a la fundación de la Mursiya árabe, rodeada por el río al sur y por la Aljufía al norte, con su sistema de amurallamientos y puertas. Historias todas hilvanadas a través de los nombres que una vez tuvieron y que nos han ido llegando, gastadas por el tiempo y por las lenguas de quienes las han ido contando. Gracias al inmenso y arduo trabajo de Robert Pocklington, hoy es posible para muchos investigadores caminar por esas sendas sin extraviarse… y para nuestro humilde foro, honrado con su visita, la información brindada se ha convertido en todo un aliciente que nos anima a seguir conociendo lo que fuimos, lo que somos y, tal vez, incluso preguntarnos ¿cómo llamarán a Aljucer el día de mañana?