UNA VISITA AL ARCHIVO CATEDRALICIO

Como actividad formativa con la que cerrar el curso 2016/2017, el Taller de Historia de Sangonera la Verde quiso hacer una visita de altura, en todos los sentidos. Durante todos estos años de trabajo e investigación, el grupo se ha ido familiarizando con la labor archivística y algunos de sus participantes han frecuentado el Archivo Municipal o el Regional para sumergirse en libros y legajos, en su desvelo por arrojar luz sobre la historia local. Pero tenemos en nuestra ciudad otra cámara documental que nunca habíamos visitado, emplazada además en el más icónico edificio de Murcia: la torre de la Catedral. Encumbrado en el segundo cuerpo de la mole y bajo una deliciosa bóveda renacentista, se conserva el Archivo de la Diócesis de Cartagena.

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El grupo venía mostrando un interés especial por conocer este lugar, no solo por cuanto atesora, sino también por ser Don Jesús Belmonte Rubio el archivero responsable del mismo. Este sacerdote, canónigo de la catedral desde 2009, es de sobra conocido en Sangonera por haber sido durante varios años coadjutor de su parroquia. Corrían los años sesenta y sería nuestro pueblo uno de sus primeros destinos, llenando entonces de frescura la vida parroquial. Recuerdan en el taller que siempre fue muy abierto y que logró el acercamiento de muchos jóvenes a la Iglesia. Su trayectoria le llevaría después a otros muchos lugares, formándose además como investigador, un camino floreciente y de entrega en el que brillarían después sus nombramientos como Rector del Seminario y Canciller de la Diócesis, entre otras responsabilidades.

Don Jesús, encantado con la sugerencia de guiar la visita de sus antiguos feligreses, nos recibió el pasado 27 de mayo. De su mano conocimos aspectos relacionados con la labor conservadora y de inventario documental que se realizan en el archivo diocesano, así como apuntes diversos y curiosidades sobre la historia de la torre y sus legendarias estancias.

Comenzamos junto a la placa donde se dejaría constancia del inicio de su construcción, en 1521, aunque nos relata Don Jesús los muchos problemas que hubo para culminarla, alargándose las obras durante casi tres siglos. Su estilo evolucionaría por tanto del renacimiento al neoclásico, pasando por el barroco, todo un libro abierto de la historia del arte que se eleva hasta los 93 metros de altura. Una vez dentro y ascendiendo por sus rampas llegamos al segundo cuerpo, donde se encuentra el archivo. Allí, rodeados por las estanterías donde se guardan los documentos, junto a las mesas en las que diariamente pasan horas y horas los investigadores, Don Jesús nos cuenta el arduo trabajo interno que también se realiza. Por una parte, ordenar y digitalizar cada legajo que va saliendo de los centenares de cajas que se apilan en los estantes, pues aunque ya hay una parte importante clasificada y adaptada a las nuevas tecnologías, los fondos son tan bastos que todavía queda mucho por hacer. Otra tarea es la de conservación y recuperación, habiendo realizado magníficas restauraciones de ejemplares que se encontraban prácticamente destrozados. Los mayores enemigos de todos estos documentos tan viejos, nos dice Don Jesús, han sido siempre el fuego, la humedad y los roedores. Incendios ha sufrido varios la catedral, entre ellos uno gravísimo que tuvo lugar en 1854 y que se llevó por delante hasta el retablo mayor y la sillería original del coro. Más frecuentemente se padecerían los efectos del agua, a causa de las riadas del Segura que casi anualmente anegaban la ciudad; es por ello que el archivo terminó por ser instalado aquí, en un lugar elevado y a salvo de las crecidas. Y en cuanto a los roedores, poco se ha podido hacer hasta tiempos recientes; nos recuerda el archivero que gran parte de los documentos no están hechos de papel, sino de piel, y los animalillos se los comían dejando sin roer sólo la partes impregnadas de tinta que, podemos imaginar, no verían tan apetecibles.

Mientras nos habla, sobre las mesas de trabajo Don Jesús va mostrando varios ejemplares curiosos, para finalmente extender ante nosotros un privilegio rodado de tiempos de Alfonso X. Es de lo más antiguo que aquí se conserva, los inicios mismos de nuestra historia diocesana.

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Tras la visita a la sala del archivo, Belmonte nos propone seguir ascendiendo por la torre. Más arriba, en otra de las estancias, se guardan los enormes libros de coro que los cantores debían seguir desde sus alejados sitiales; son tan grandes y pesados que hasta llevan incorporadas unas pequeñas ruedas para poder transportarlos. Continuamos subiendo para llegar al espacio donde se encuentra instalada la maquinaria del reloj, una estancia conocida popularmente como la “sala de los secretos”; la llaman así por estar cubierta de una bóveda vaída cuya geometría permite la transmisión del sonido de esquina a esquina, en diagonal, sin que puedan escuchar el mensaje quienes se encuentren en el centro. Después llegaríamos hasta el encumbrado balcón de los Conjuratorios, un espacio cargado de ritual y leyenda, regalándonos las mejores vistas sobre la ciudad y su huerta. Y finalmente llegamos hasta el cuerpo de campanas, donde de mano de Don Jesús pudimos conocer algunos de sus nombres y las ceremonias a las que se destinaban distintos toques.

Maravillosa despedida de curso, divisando desde los ojos de la torre los confines del municipio y tratando de distinguir en la distancia la blancura del caserío de Sangonera, que allí se extiende, al cobijo de Carrascoy. ¡Cuántos ojos habrán visto crecer la ciudad, y también nuestro pueblo, desde tan privilegiada atalaya! Emprendemos felices la bajada, despidiéndonos agradecidos de Don Jesús y emplazándolo a que pase una tarde con nosotros, en el Centro Cultural, para seguir hablando de todo esto y de sus jóvenes años en el pueblo. Nosotros también regresaremos al archivo para tratar de averiguar, con su ayuda, aspectos de nuestro pasado relacionados con la fundación y la historia de la parroquia sangonereña, pues convencidos nos vamos de que habrá hilos de donde tirar. Como siempre, ilusión y trabajo por delante, proyectos, ganas de conocer más sobre nosotros mismos: los mejores alicientes para continuar el año que viene con el Taller de Historia de Sangonera la Verde.

La Virgen de los Guil

Aprovechando que nos encontramos en el recinto catedralicio entramos un momento al Museo Diocesano, pues nuestro compañero Félix quiere mostrarnos allí un pequeño tesoro relacionado con los Guil, familia tan vinculada a la historia de Sangonera. Se trata de una imagen pétrea y policromada de la virgen, Santa María de Gracia,  expuesta en una ménsula sobre las viejas paredes del claustro. Presenta la talla un tímido escorzo en S propio del gótico francés, con el que daban a las figuras un movimiento débil pero suficiente para alejarlas del hieratismo románico. Pero nuestro interés por ella radica en que es la misma que antiguamente, hasta el siglo XVI, presidía la capilla que los Guil tenían en la catedral como lugar de enterramiento. Cuenta una leyenda que para tallar su rostro se inspiró el cantero en una dama de esta estirpe.

También es curioso que haya trascendido hasta nuestra época bajo el apelativo popular de la Virgen de las Carrericas, considerada en Murcia como patrona de las Parturientas. Y es que a la carrera se acudía a los pies de esta imagen cuando una mujer iba a dar a luz, rezando y bendiciendo el fruto de su vientre para que procurara a la inminente madre un trance corto de alumbramiento. Nosotros volveremos a la catedral, no necesariamente corriendo, pero sí preñados de ilusión por descubrir entre sus muros nuevas pinceladas de nuestra historia.

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